Fui pocas veces (no por falta de ganas, sino de permisos), pero fueron las suficientes para hacer memorias imborrables: la primera vez que logré entrar -y que fueron por mí unos minutos después de que hubieran “abierto pista”; aquel diciembre de aniversario en que cantó Emmanuel; la noche mexicana en que Ingrid y Manuel, dos huracanes desastrosos, nos azotaron por ambos mares (“Inédito embate simultáneo”, informaba el Excélsior) y al salir enfiestados, al amanecer, nos sorprendió encontrarnos en medio de una Costera totalmente inundada.