En la vida, cuando experimentamos cualquier cambio, ya sea que se trate de un nuevo trabajo, una ciudad, una etapa de la vida, una separación o algo mayor, como puede ser la pérdida de un ser querido, el sentido de estabilidad desaparece. Y en su lugar surge, de un día a otro, una sensación nueva, un hueco en el estómago que se exterioriza con un: “¿Y ahora?”.
No obstante, después de un salto así, tarde o temprano la vida, sí o sí, exige sacudirse el estupor y reorganizarse. No hay de otra. De la transición se sale siempre, la cuestión es si se hace para mejorar o empeorar. Como respuesta, la vida nos ofrece dos caminos: confiar o temer, sin advertirnos que los destinos a los que conducen son diferentes.