Lee 2 Juan 7–13
El apóstol Juan vivió sus últimos años en la ciudad de Éfeso, en la actual Turquía. Si la visitas, encontrarás una iglesia que la tradición identifica como el lugar de su sepultura. Nombrada Basílica de San Juan, fue construida en el siglo V d. C. por el emperador Justiniano el Grande.
Juan estaba muy preocupado de que la iglesia de su época identificara y resistiera las falsas enseñanzas. Como mencionó en su primera carta, los falsos maestros negaban que Jesucristo había venido en cuerpo humano (v. 7). Los gnósticos veían la materia física como mala y negaban que la Encarnación pudiera haber ocurrido (ver 16 de febrero). Juan los llama “engañadores” y “anticristos”.
Seguir a estos maestros sería “echar a perder el fruto” de su trabajo (v. 8), no una referencia a la salvación sino al avance del evangelio y la obtención de recompensas espirituales. Seguirlos sería desviarse y no continuar en la enseñanza de Cristo (v. 9 LBLA). Desviarse para Juan significaba que los gnósticos pensaban que sabían más que los cristianos comunes. Seguirlos significaría abandonar el camino de la verdad y la rectitud.
Juan advirtió a sus lectores que no dieran la bienvenida a los falsos maestros en sus iglesias (v. 10). La hospitalidad—apoyar a los maestros itinerantes con comida y alojamiento—permitió su enseñanza y pareció ser un respaldo de su contenido. Aunque los creyentes tenían buenas intenciones, acoger a maestros engañosos sería compartir su maldad (v. 11). En este caso no se concedería el “beneficio de la duda”. Los líderes de la iglesia tienen la responsabilidad de mantenerse firmes en la verdad del evangelio y de proteger a sus congregaciones. Juan terminó prometiendo decir más cuando los visitara en persona y envió saludos de una iglesia hermana (vv. 12–13).