María Eugenia sólo deseaba una cosa, que el tiempo pasase muy deprisa. Se quedó dormida y al despertarse lo primero que vio fue el reloj que marcaba las cuatro. Adormilada y febril, tenía la sensación de que alguien la había despertado invocando su nombre.
Se incorporó y vio allí a su madre. De pie, a mitad de camino entre la puerta y la cama, como si acabase de entrar en la habitación.