Al acallar todo lo que crea ruido, tanto en el adentro como en el afuera, al aguzar el oído hacia el sonido de lo genuino, nos percatamos de que la voz sin palabras es sólo armonía, calma y sencillez. No hay drama. Necesitamos el silencio como al aire y al alimento. Es la vida de la vida. Es nuestra naturaleza.