Lee Mateo 8:1–13

A los niños pequeños les encanta pasar tiempo en el parque. Se sienten libres e independientes mientras trepan desde el tobogán hasta el columpio y el muro para escalar. En realidad, mamá o papá vigilan a distancia y responden rápidamente y rescatan a su hijo de cualquier situación peligrosa.

Si bien a veces podemos temer que Dios está y es incapaz de ver nuestras necesidades físicas y emocionales, Mateo 8 señala todo lo contrario. Aquí nos encontramos con dos relatos de profunda sanidad: un leproso que tiene fe en Jesús para limpiarlo y un centurión romano que cree en la autoridad de Jesús para sanar a su siervo a la distancia. En ambos casos, Jesús responde con poder sanador, demostrando Su presencia y autoridad divina en sus aflicciones.

Para el leproso, que era un marginado social, las palabras de Jesús: “Sí, quiero . . . ¡Queda limpio!” (v. 3) comunicaban más que una simple curación física. Jesús ofreció la reconfortante presencia de Dios a alguien que había experimentado el rechazo de otros y la desesperación personal. Para el centurión romano, Jesús expresa admiración: “Les aseguro que no he encontrado en Israel a nadie que tenga tanta fe” (v. 10). En este segundo milagro, aunque Jesús no estaba físicamente presente con el siervo enfermo (vv. 6–7), el poder sanador de Jesús lo alcanzó. Los relatos de sanidad del leproso y del siervo del centurión demuestran cómo la presencia de Dios puede trascender los límites y las circunstancias físicas.

Si estás luchando con problemas personales, ya sea enfermedad, soledad o desesperación, acércate a Jesús en fe. Dios no ignora tu situación. En cada prueba, en cada grito de ayuda, reconoce que Él está presente y dispuesto y es capaz de intervenir para restaurar y proveer lo que realmente necesitas.

• ¿Cómo podemos modelar el comportamiento de Jesús cuando nos enfrentamos a las necesidades de amigos y familiares? ¿Cómo podemos servir como canales de Su presencia reconfortante y sanadora en el mundo?

Ora por nosotros

Señor Jesús, Tú sanas nuestras almas y cuerpos. Traes paz a nuestras vidas. Concédenos la gracia de amar lo que Tú mandas y desear lo que Tú prometes. Que en este mundo cambiante nuestros ojos y corazones permanezcan fijos en Ti, nuestro Emanuel.