Lee Mateo 27:45–55
Todos hemos visto escenas espantosas en las noticias, ya sean las secuelas de un desastre natural o los efectos devastadores de la guerra. Es aún más impactante cuando eres testigo de un evento trágico con tus propios ojos, como un terrible accidente automovilístico. En cualquier caso, te abruma una oleada de empatía, compasión y una sensación de conexión profunda y dolorosa.
Imagínate la profunda reacción de los presentes en la crucifixión de Jesús. Ser testigo de este evento sin duda sacudió a los espectadores hasta la médula, dejándolos aturdidos y asombrados. Mateo registra una de esas reacciones, la del centurión romano. Ante la muerte de Jesús, el hombre se dio cuenta de la presencia de Dios, lo que lo llevó a él y a otros presentes a declarar: “¡Verdaderamente este era el Hijo de Dios!” (v. 54).
En la cruz, la presencia de Dios fue a la vez oscurecida y poderosamente revelada. Se oscureció por el anochecer y el grito de abandono de Jesús. El versículo 45 dice: “toda la tierra quedó en oscuridad”. Al mismo tiempo, se reveló en los acontecimientos trascendentales que sucedieron después del último aliento de Jesús; “la cortina del santuario del Templo se rasgó en dos, de arriba a abajo. La tierra tembló y se partieron las rocas” (v. 51). Además, se vio en el impacto transformador de la muerte de Jesús en quienes la presenciaron como el centurión (v. 54).
La narrativa de la crucifixión en Mateo 27:45–55 no es fácil de procesar, pero contiene una verdad poderosa sobre la presencia de Dios. Dios está ahí incluso durante la oscuridad más profunda y el dolor más insoportable. Al contemplar la cruz hoy y los poderosos acontecimientos que rodearon la muerte de Jesús, quedémonos asombrados por el profundo amor y la presencia de Dios. Que esta reverencia nos impulse a declarar nuestra fe en Dios como el centurión.
Ora con nosotros
Estamos asombrados por la poderosa revelación de Tu presencia en la Cruz. “La cruz excelsa al contemplar do Cristo allí por mí murió, nada se puede comparar con las riquezas de su amor” (Isaac Watts, 1707).