Cuando era niño y veía los dibujos animados de Popeye, siempre esperaba un momento específico. No importaba el problema, no importaba el enemigo, llegaría ese momento en el que Popeye abría su lata de espinacas, se las comía e inmediatamente poseía fuerza y velocidad sobrehumanas. Los malos huían. Olivia era rescatada. El mundo volvía a la normalidad.
Lamentablemente, las espinacas no me funcionan así. Entonces, ¿de dónde viene nuestra fuerza? En la famosa historia de David y Goliat encontramos la respuesta. David le dijo al rey Saúl: “Si este siervo suyo ha matado leones y osos, lo mismo puede hacer con ese filisteo incircunciso, porque está desafiando al ejército del Dios viviente. El SEÑOR, que me libró de las garras del león y del oso, también me librará de la mano de ese filisteo” (vv. 36–37).
¿Qué vestía Goliat para luchar? Armadura de bronce, que incluía un casco de bronce y una jabalina con punta de hierro. Era más alto, más fuerte y experimentado en combate militar. ¿Qué acerca de David? Era relativamente joven y no tenía experiencia como soldado. Saúl trató de vestirlo con su propio equipo militar, pero las prendas no le quedaban y él no estaba acostumbrado a ellas (vv. 38–40). Entonces probablemente vestía ropa de pastor. Llevaba un bastón y una honda, que no era un juguete sino un arma real.
El problema aquí fue la falta de respeto de Goliat hacia Dios y Su pueblo. Sus burlas pusieron en juego el honor de Dios (v. 26). En contraste, David sabía que “la batalla es del SEÑOR” (vv. 45–47). Sabía que Dios derrotaría al gigante porque Él siempre defiende Su gloria. En esta victoria, el mundo entero vería el poder del único Dios verdadero.
Ora con nosotros
David sabía que en su lucha contra Goliat, “la batalla es del SEÑOR”. Ayúdanos a recordar, Dios, que cuando nos enfrentamos a Goliats en nuestras vidas, Tú estás con nosotros. “A ti, fortaleza mía, vuelvo los ojos, pues tú, oh Dios, eres mi refugio” (Salmo 59:9).