El flamenco nació en el hampa. Como música urbana, nació en las calles de las ciudades, en los arrabales. No hay que pensar en grandes urbes. En ese ambiente cantaban y bailaban en la segunda mitad del siglo XIX artistas como Silverio Franconetti, La Macarrona o la mismísima Niña de los Peines en Málaga, Sevilla o Madrid, y en locales con espejos y carteles de toros; sillas y mesas destinadas al público y un tablao donde actuaba el cuadro flamenco que compartía el espacio con los magos, músicos de otros estilos y con la lidia de becerras. A ese batiburrillo de artistas, se unían los prejuicios que muchas personas tenían contra el flamenco, una música que daba voz a pobres, buscavidas y apaleados, algo que provocaba que la mayor parte de las veces que el flamenco ocupaba una página en los periódicos lo hiciera en la sección de sucesos.