Cuando en 1945 el señor Olsen, en Colorado (EE.UU.), fue a decapitar un pollo y preparar un buen pescuezo para la cena con su suegra, no podía sospechar que Mike, el pollo, sobreviviría a su errado hachazo durante dieciocho meses. A partir de entonces, “Mike, el pollo sin cabeza” inauguró una estirpe de humanos que trabajan, viven y piensan (?) como pollos sin cabeza. No tienen rumbo, avanzan a tontas y a locas, y abundan en estos bosques en la misma proporción que en las calles de las ciudades.