El sábado 24 de noviembre todo el planeta fútbol tenía puesto sus ojos en Buenos Aires. Allí se jugaría la final de la Copa Libertadores entre los dos equipos más populares de Argentina. En las tribunas había un chileno, un hincha genuino del fútbol que nunca había estado en ese país y que gracias a su buena estrella esperaba ser testigo de una historia imposible.