En unos años de constantes citas electorales, resurgir de ideologías extremas y una polarización difícil de aplacar, la ciudadanía se ha acostumbrado a una clase política empeñada en transmitir una tensión constante. Muchas veces, lo logran empleando palabras no muy precisas, pero sí muy gruesas, que no aportan nada al debate sano y deliberativo que debe haber en toda democracia. Quizás el mejor ejemplo sea el empleo del término “ultra” en la política española y cómo su normalización influye en la percepción y el debate público. Tanto a izquierda como a derecha se usa de manera estratégica para descalificar al adversario político y eso provoca que se desvirtúe el significado real de muchas palabras y que se agudice la polarización política.
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