Arulladas por el gusaneo y la desidia que acompaña siempre el comienzo de un nuevo año, en este episodio os traemos la tercera y, prometemos, última versión del remotísimo episodio piloto con el que nacieron Las hijas de Felipe. Angustiadas de reencontrarnos con las Ana y Carmen de hace cuatro años, perplejas ante nuestra perpetua capacidad de ralentización, empezamos el año recuperando el único placer culpable que compartimos con nuestro padre: el aplazamiento. Entre el soleado halo marbellí de Julio Iglesias y la palidez escurialense de Felipe II existe un puñadito inesperado de correspondencias que ya hiló muy juiciosamente Patricia Esquivias. Continuando con su malabárico ejercicio de anacronía estratégica, encontramos en las plácidas sobremesas de Julio en su mansión de Indian Creek el reflejo invertido de las "tardes dulces y apelusadas como un melocotón" vividas por Felipe II en su Escorial. Si Julio es la ociosidad tostada por el sol dorado del desarrollismo, nuestro padre es el cansancio perpetuo de un trabajo improductivo, perdido en laberintos interminables de pliegos y papeles, "holgándose en menudencias" y aplazando el sinfín de urgencias que requería un reino en ebullición. Con razón protestaba Diego de Silva en 1589: "la menudencia con que Su Magestad trata los negocios más menudos es materia de lástima, porque perder el tiempo para no ocuparle, esso es lo que los hombres llaman pasatiempo, mas ocuparle para perderle cosa es a que no se puede poner nombre". Pero Las hijas, estudiantes perpetuas y aplazadoras natas, sabemos que sí hay un nombre para su incesante pero infructífera labor: se trata de nuestra amiga LA PROCRASTINACIÓN. En este episodio os llevamos de la mano por los sudores de la microgestión obsesiva, os abrimos una rendijita a la intimidad sonrojante de nuestra escritura y os desvelamos la infalible técnica de los 5 minutos para vencer el síndrome de la procrastinación.