El reconocido actor, humorista, productor, escritor y monologuista, habló en profundidad en Íntimamente con Alejandra Rubio sobre su vida, su infancia, su carrera artística y su forma de ver y disfrutar la vida desde muy niño: “Mis padres fueron muy especiales en mi vida, solo me pidieron una cosa: ‘Se feliz’. Ellos realmente nos enseñaron a mis hermanos y a mí a disfrutar de la vida. Yo descubrí mi vocación a los 4 años, recuerdo el momento y la gran felicidad que me dio el aplauso del público, desde esa edad. En mi vida he sido y soy muy feliz. La disfruto al máximo y la disfruté en cada etapa. El día que me toque partir, que nadie me llore, quiero que hagan una fiesta, que celebren mi partida.” Aseguró “El Rey del Café Concert”.

Carlos Ernesto Perciavalle Bustamante es un actor, humorista, guionista, director y productor teatral uruguayo. Es apodado como "El rey del café-concert", género teatral del cual fue pionero junto a Antonio Gasalla, y al cual ayudó a popularizar en Argentina y su país natal. Actualmente tiene 84 años. Nació el 16 de mayo de 1941 en Montevideo, Uruguay: “Nací en Montevideo y soy el segundo de seis hijos que tuvieron mis padres. Pasé mi primera infancia en Punta del Este. Todo lo que recuerdo de esa época son cosas maravillosas. Creo que pocos chicos han jugado tanto como nosotros. Cuando yo tenía once años nos mudamos a Buenos Aires. Debe de haber sido el contraste lo que me hizo querer a esta ciudad como a ninguna otra en el mundo. El olor de los subterráneos, la enorme cantidad de gente una al lado de la otra, los interminables viajes en el micro del Colegio Británico (que nos llevaba de Córdoba y Montevideo, en donde vivíamos, hasta Morón, donde todavía está el Colegio). Más de una hora y media de viaje todos los días, contemplando absorto el desperezarse de una ciudad monumental, las caras de la gente en la feria, en las paradas del colectivo, la entrada de los obreros en las fábricas suburbanas, los hombres con canas en las sienes, impecablemente perfumados a la lavanda, manejando sus autos por Libertador rumbo a la City. Cuando llegaba el verano, volvíamos a Punta del Este, que ahora se vestía de gala para recibir a las delegaciones que asistían a los festivales cinematográficos de la década del cincuenta. Allí conocí de lejos y de cerca a los que tenían como profesión dar vida a los sueños y fantasías de todos los hombres de mi ciudad y de todas las ciudades del mundo. Me acuerdo particularmente de Gerard Phillipe, de Lizabeth Scott, con sus ojos verdes de gata celosa, su pelo platinado, su voz de caño, sus manos perfectas. Allí conocí también a quienes después serían amigos míos. Egle Martin tenía entonces poquísimos años, era reina de la televisión y asistía al festival acompañando una de las primeras películas argentinas en colores. Se llamaba Lo que le pasó a Reinoso. Una noche hizo un show totalmente improvisado en el Country Club y yo supe entonces que algún día íbamos a ser muy amigos. Allí también conocí de lejos a Mirtha Legrand, a quien tanto debo, que tan desinteresada y cariñosamente me ayudó en los comienzos de mi carrera.”

Carlos descubrió su vocación a muy corta edad y ese es su primer recuerdo. Su primer ‘papel’ fue interpretar al niñito Jesús: “Pese a ser tan niñito, recuerdo todo. Tenía unos rizos dorados largos y unas mejillas grandes y rosaditas, era un muñeco. Cuando salí a escena el público me amó. Fue una ovación y yo amé ese aplauso, ese cariño de la gente. Hasta hoy recuerdo que ahí mismo quise eso para siempre. Mis primeros shows fueron mis pruebas del colegio. Cuando entré en la Facultad de Arquitectura tenía la sensación de dar "espectaculares" en vez de exámenes. Al mismo tiempo había ingresado en el Teatro Universitario de Montevideo. Había muchísimos grupos independientes en esa época. Todos gozaban de prestigio y han hecho repertorios que jamás se han vuelto a ver en el Río de la Plata. La cartelera montevideana no se parecía a ninguna otra en el mundo. Los uruguayos no éramos más campeones de fútbol, pero teníamos en nuestra cartelera de espectáculos a Osborne, Synge, Shakespeare, lonesco, Brecht, Buchner, Bernard Shaw, Chejov, Laferrere, Lope de Vega, Molnar, O'Neill, sin contar a los autores nacionales, entre los que me acuerdo particularmente de Jacobo Langsner, Antonio Larreta y Andrés Castillo. Fue justamente una obra de este último, La cantera, la que me permitió debutar como actor.”

“En 1961 volví nuevamente a Buenos Aires. Me había dado cuenta de que me divertía mucho más ensayando una obra de teatro que preparando los planos para un policlínico modelo a instalarse en la ciudad de Tacuarembó. Por eso, jamás se me ocurrió pensar que abandonaba un porvenir venturoso —el de arquitecto— para zambullirme en la vorágine de la farándula. Se dice que esta vida de los artistas es muy dura, que exige sacrificios, que destroza ilusiones y destruye la pureza. En mi caso fue todo lo contrario. Tales afirmaciones me siguen sonando a frases hechas de novelita rosa editada en Barcelona. He vivido intensa y plácidamente; nada me pareció nunca ni duro ni difícil ni angustiante. He pasado hambre y seguramente la volveré a pasar. Aun así, mi capacidad para soñar, para hacerme ilusiones, para volar con mi imaginación, no sólo no ha sido mellada sino que se ha incrementado hasta límites que nunca pude prever. Mi gran suerte, el secreto de mi alegría de vivir está en la gente que he conocido y amado. El mismo día de mi segundo desembarco en Buenos Aires di examen para ingresar en el Conservatorio Nacional de Artes Escénico. Yo no sabía que ahí habían estudiado María Rosa Gallo, Inda Ledesma, Ernesto Bianco, Susana Rinaldi, Alfredo Alcón pero algo me llevó hasta la puerta de Las Heras y Callao. Al rato estaba recitando un monólogo de El mono velludo, de O'Neill, ante una mesa examinadora que integraban entre otros Fernando Labat, Osvaldo Bonet, Camilo da Passano, hombres todos admirables por la pasión con que se dedicaban a la enseñanza del teatro.” Recordó el actor.

A fines de los años 50, se mudó a Buenos Aires. En su país natal ya había hecho sus primeras apariciones sobre las tablas y en esos escenarios conoció a China Zorrilla, la actriz también uruguaya que se radicó en Argentina y se ganó el corazón del público nacional: “Cuando en las clases de literatura llegábamos al Siglo de Oro Español, nos mandaban al Teatro Solís. Así que ahí estaba yo un día, sentado solo en un palco bajo, esperando que empezara la función de Don Gil de las Calzas Verdes. Fue entonces que vi a China por primera vez, entrando en el escenario vestida de hombre. Y me flasheó, mucho más que cuando veía a las estrellas de Hollywood o de Francia en los festivales de cine de Punta del Este”.

Carlitos nunca se casó y no creía en el matrimonio, pero China Zorrilla, su hermana de la vida, le propuso casamiento antes de morir y así lo recordó: "El día antes que la internaran me dijo: ‘Ay Carlitos, ¿no te querés casar conmigo?’, y yo le dije: ‘No. Pero Chinita, cómo me decís eso a mí, si vos sos muy fisiquera, y si pasa un buen mozo, ahí me quedo solo en la esquina esperando que vuelvas´. Y ahí me miró con esa mirada única que tenía ella y me dijo: 'Cuando dos personas  se han reído tantos años, como nos hemos reído vos y yo… No hay buen mozo que valga'. Y tenía razón. La verdad es que todos esos años, desde que yo tenía 15 años, nos hemos reído mucho. Yo no puedo hablar en pasado de ella. Para mi China no se fue, siempre está acá. La sigo sintiendo al lado mío, para mí es como si ella estuviera en este momento acá, sentada conmigo. Está muy viva. Mientras yo viva estará viva.” Recordó con emoción.


En Buenos Aires comenzó a estudiar en el Conservatorio Nacional de Arte Dramático, donde conoció a una persona que sería clave en el desarrollo de su vida profesional: Antonio Gasalla. Las improvisaciones, cuadros y sketches que realizaban en el Conservatorio fueron tan populares entre sus compañeros que Edda Díaz y Nora Blay crearon, en 1966, la obra Help Valentino!, un espectáculo donde no faltaban el maquillaje, las canciones, la crítica social y la interacción con el público. Help Valentino! le dio vida al circuito under y es considerado el show fundador del café-concert local. Con el querido Antonio Gasalla realizaron una dupla histórica para el espectáculo: “Nos conocimos en 1960, el día que dimos la prueba para ingresar en el Conservatorio de Arte Dramático. Ese mismo día yo había llegado del Uruguay y pensaba quedarme en Buenos Aires a toda costa. Había trabajado en teatro independiente desde el 56, pero estudiaba arquitectura y ya estaba casi recibido. Y no quería ser arquitecto de día y actor de noche. Venir a Buenos Aires fue apostar fuerte por ser actor, porque a los veinte años tenés que decidirte, no podés esperar que te descubran, por más que el medio no esté preparado o que no haya laburo para uno. Lo que no te pasa a los 20, no te pasa nunca. Pensá que incluso después de egresar, para nosotros era imposible conseguir trabajo en los elencos oficiales del San Martín o el Cervantes. O bien porque ya había un elenco establecido o porque nosotros no teníamos la altura para hacer de pueblo o de soldado, los papeles con los que empezaban casi todos los actores. Recibíamos una formación muy completa. Eran ocho horas, incluidos los sábados, de trabajo permanente. Como tenía grado de Escuela Superior, había que ir los días feriados, las fechas patrias, y se cantaba el Himno, como en el colegio. El director invitaba a actores generalmente egresados de la Escuela para que actuaran y luego conversaran con nosotros. Era una fiesta permanente. Pero no sólo invitaba a los actores que hacían teatro ‘serio’, como podían ser Eva Dongé, Ernesto Bianco o Inda Ledesma, sino también a los del teatro independiente.”

Continuando con su historia, Perciavalle relató: “Nuestro primer público fueron nuestros compañeros. Y se sabe que es muy jodido hacer reír a los actores. Ni bien terminé el Conservatorio, yo me fui a Estados Unidos. Estuve dos años y asistí como oyente a clases del Actor’s Studio. Allí me di cuenta de que mi formación era exactamente igual y hasta un poco mejor de la que tenían ellos. Me volví porque era latino: tenía mi Green card, pero era la época de Vietnam y a los primeros que iban a mandar a la guerra era a los extranjeros. Cuando volví, culturalmente las cosas estaban parejas. Se hablaba de las mismas cosas. Allá estaba Andy Warhol y aquí el Di Tella. Y la formación que teníamos nos servía en cualquier época y en cualquier lugar del mundo. Por esa época yo vivía en un cuarto de La Recova, Libertador 1066, frente al Ital Park, que había sido atelier de Enrique Muiño, y empezamos a trabajar profesionalmente con Help, Valentino exactamente ahí. Pero no era sólo trabajo. Había todo un grupo de gente que armaba fiestas y reuniones. Alguien te avisaba que había una fiesta en lo de Marilú Marini o que había una inauguración en el Di Tella, y allá partíamos. No venían a vernos los críticos y ni siquiera salíamos en las carteleras de los diarios. Pero igual teníamos los locales siempre llenos.”

Siguiendo con su relato, el artista continuo: “Después me fui a Nueva York con un pasaje que me regaló mi hermano mayor, que trabaja en una compañía de aviación. Allí me reencontré con China Zorrilla. En los Estados Unidos hice de todo para ganarme la vida. China era profesora de francés en un colegio del East-Side y yo finalmente terminé trabajando en una casa que importaba libros para distribuirlos en las universidades norteamericanas. Al principio era nada más que un "pinche" y hacía la vida de cualquier joven norteamericano. Un día me llamó el director de la empresa. Yo pensé que estaba despedido. Mi conducta no era demasiado convencional. Ya había abandonado las corbatas, el pelo corto y usaba jeans hasta para dormir. En mi oficina se cantaba, se recibían llamadas telefónicas a toda hora, se celebraban ruidosamente nuestros cumpleaños. Había gente de todas partes, entre los que recuerdo a Martín Lehbergher, un alemán que ahora es capo de la compañía. Fue justamente Martin quien trajo la primera guitarra al escritorio. La vida seguía siendo una fiesta. Cuando me senté frente a Mr. Hafner —el jefe—, dispuesto a recibir una severa amonestación, traté de poner cara de James Dean en ‘Rebelde sin causa’ pero sin resultado. Me dijo muy serio: ‘Mr. Perciavalle, la empresa abre una filial en París y el directorio lo ha elegido a usted para hacerse cargo de la subgerencia’. Casi me caigo del asiento. Le agradecí con falsa emoción mientras mi cabeza funcionaba a mil por hora. Me vi de pronto convertido en presidente de un enorme emporio, en el nuevo Rockefeller, en la imagen misma del self-made man. Esa imagen me gusta, pero para otro. Le dije que yo era actor, ‘una estrella famosa en mi país’, mentí con descaro. Le expliqué que estaba trabajando allí sólo para vivir de cerca la experiencia de ser un empleado más, pero que estaba estudiando teatro. Le presenté de inmediato mi renuncia, antes de que el ofrecimiento me tentara demasiado, y lo invité para el estreno de ‘Canciones para mirar’ que esa misma noche estrenábamos en el Sullivan Street Playno House con China Zorrilla e Ilza Prestinari.”

Desde que sufrió un serio accidente automovilístico el 9 de febrero de 1991, en una ruta de Punta del Este, Perciavalle inició un camino místico y confesó haber tenido experiencias y avistamiento  de ovnis. Tema del cual también hablará en su espectáculo: “No todos lo ven por más que lo tengan adelante. Hay que tener sensibilidad para poder captarlos. Vamos a empezar a ver en este año que empieza más apariciones y quiero recordar con todo el amor del mundo a Fabio Zerpa que siempre decía que no estamos solos en el espacio y que eso se iba a notar más en 2024, así que tenemos que estar preparados. Lo primero que yo quisiera que entiendan, no importan lo que creen o lo que no creen, es que no tienen que tener miedo. No vienen con un espíritu destructivo. Si hubieran querido destruirnos ya podrían haberlo hecho hace mucho tiempo con un gesto. Son civilizaciones superiores, están en contacto con nosotros y nos ayudan en nuestra evolución.” Aclaró el artista.

Perciavalle es una enciclopedia viviente del mundo del espectáculo porque su propia vida estuvo y sigue siendo atravesada por infinidad de anécdotas con otras grandes celebridades de la escena. Por ello decidió hace años escribir el libro “Las Mujeres de mi vida”, un homenaje a todas las mujeres que marcaron su vida y su carrera. Su madre, sus hermanas, China Zorrilla, María Elena Walsh, Susana Giménez son sólo algunos de los nombres que ocupan las páginas del libro, cuyas anécdotas se despliegan narradas con humor y sobretodo mucho cariño: “En realidad cuando me puse a escribir mis memorias y se las entregó a la editorial, me dijeron que era mucho material, que el libro iba a salir muy caro y no lo iban a poder comprar, que lo dividiera. Así surgió la idea y el título ‘Las Mujeres de mi Vida’ y próximamente publicaré ‘Los Hombres de mi Vida’ que es la segunda parte.” Concluyó el artista que cuenta con más de 20.000 funciones realizadas a lo largo de su carrera, una verdadera leyenda del espectáculo.

El reconocido actor, humorista, productor, escritor y monologuista, habl&oacute; en profundidad en &Iacute;ntimamente con Alejandra Rubio sobre su vida, su infancia, su carrera art&iacute;stica y su forma de ver y disfrutar la vida desde muy ni&ntilde;o: &ldquo;Mis padres fueron muy especiales en mi vida, solo me pidieron una cosa: &lsquo;Se feliz&rsquo;. Ellos realmente nos ense&ntilde;aron a mis hermanos y a m&iacute; a disfrutar de la vida. Yo descubr&iacute; mi vocaci&oacute;n a los 4 a&ntilde;os, recuerdo el momento y la gran felicidad que me dio el aplauso del p&uacute;blico, desde esa edad. En mi vida he sido y soy muy feliz. La disfruto al m&aacute;ximo y la disfrut&eacute; en cada etapa. El d&iacute;a que me toque partir, que nadie me llore, quiero que hagan una fiesta, que celebren mi partida.&rdquo; Asegur&oacute; &ldquo;El Rey del Caf&eacute; Concert&rdquo;.
Carlos Ernesto Perciavalle Bustamante es un actor, humorista, guionista, director y productor teatral uruguayo. Es apodado como "El rey del caf&eacute;-concert", g&eacute;nero teatral del cual fue pionero junto a Antonio Gasalla, y al cual ayud&oacute; a popularizar en Argentina y su pa&iacute;s natal. Actualmente tiene 84 a&ntilde;os. Naci&oacute; el 16 de mayo de 1941 en Montevideo, Uruguay: &ldquo;Nac&iacute; en Montevideo y soy el segundo de seis hijos que tuvieron mis padres. Pas&eacute; mi primera infancia en Punta del Este. Todo lo que recuerdo de esa &eacute;poca son cosas maravillosas. Creo que pocos chicos han jugado tanto como nosotros. Cuando yo ten&iacute;a once a&ntilde;os nos mudamos a Buenos Aires. Debe de haber sido el contraste lo que me hizo querer a esta ciudad como a ninguna otra en el mundo. El olor de los subterr&aacute;neos, la enorme cantidad de gente una al lado de la otra, los interminables viajes en el micro del Colegio Brit&aacute;nico (que nos llevaba de C&oacute;rdoba y Montevideo, en donde viv&iacute;amos, hasta Mor&oacute;n, donde todav&iacute;a est&aacute; el Colegio). M&aacute;s de una hora y media de viaje todos los d&iacute;as, contemplando absorto el desperezarse de una ciudad monumental, las caras de la gente en la feria, en las paradas del colectivo, la entrada de los obreros en las f&aacute;bricas suburbanas, los hombres con canas en las sienes, impecablemente perfumados a la lavanda, manejando sus autos por Libertador rumbo a la City. Cuando llegaba el verano, volv&iacute;amos a Punta del Este, que ahora se vest&iacute;a de gala para recibir a las delegaciones que asist&iacute;an a los festivales cinematogr&aacute;ficos de la d&eacute;cada del cincuenta. All&iacute; conoc&iacute; de lejos y de cerca a los que ten&iacute;an como profesi&oacute;n dar vida a los sue&ntilde;os y fantas&iacute;as de todos los hombres de mi ciudad y de todas las ciudades del mundo. Me acuerdo particularmente de Gerard Phillipe, de Lizabeth Scott, con sus ojos verdes de gata celosa, su pelo platinado, su voz de ca&ntilde;o, sus manos perfectas. All&iacute; conoc&iacute; tambi&eacute;n a quienes despu&eacute;s ser&iacute;an amigos m&iacute;os. Egle Martin ten&iacute;a entonces poqu&iacute;simos a&ntilde;os, era reina de la televisi&oacute;n y asist&iacute;a al festival acompa&ntilde;ando una de las primeras pel&iacute;culas argentinas en colores. Se llamaba Lo que le pas&oacute; a Reinoso. Una noche hizo un show totalmente improvisado en el Country Club y yo supe entonces que alg&uacute;n d&iacute;a &iacute;bamos a ser muy amigos. All&iacute; tambi&eacute;n conoc&iacute; de lejos a Mirtha Legrand, a quien tanto debo, que tan desinteresada y cari&ntilde;osamente me ayud&oacute; en los comienzos de mi carrera.&rdquo;
Carlos descubri&oacute; su vocaci&oacute;n a muy corta edad y ese es su primer recuerdo. Su primer &lsquo;papel&rsquo; fue interpretar al ni&ntilde;ito Jes&uacute;s: &ldquo;Pese a ser tan ni&ntilde;ito, recuerdo todo. Ten&iacute;a unos rizos dorados largos y unas mejillas grandes y rosaditas, era un mu&ntilde;eco. Cuando sal&iacute; a escena el p&uacute;blico me am&oacute;. Fue una ovaci&oacute;n y yo am&eacute; ese aplauso, ese cari&ntilde;o de la gente. Hasta hoy recuerdo que ah&iacute; mismo quise eso para siempre. Mis primeros shows fueron mis pruebas del colegio. Cuando entr&eacute; en la Facultad de Arquitectura ten&iacute;a la sensaci&oacute;n de dar "espectaculares" en vez de ex&aacute;menes. Al mismo tiempo hab&iacute;a ingresado en el Teatro Universitario de Montevideo. Hab&iacute;a much&iacute;simos grupos independientes en esa &eacute;poca. Todos gozaban de prestigio y han hecho repertorios que jam&aacute;s se han vuelto a ver en el R&iacute;o de la Plata. La cartelera montevideana no se parec&iacute;a a ninguna otra en el mundo. Los uruguayos no &eacute;ramos m&aacute;s campeones de f&uacute;tbol, pero ten&iacute;amos en nuestra cartelera de espect&aacute;culos a Osborne, Synge, Shakespeare, lonesco, Brecht, Buchner, Bernard Shaw, Chejov, Laferrere, Lope de Vega, Molnar, O'Neill, sin contar a los autores nacionales, entre los que me acuerdo particularmente de Jacobo Langsner, Antonio Larreta y Andr&eacute;s Castillo. Fue justamente una obra de este &uacute;ltimo, La cantera, la que me permiti&oacute; debutar como actor.&rdquo;
&ldquo;En 1961 volv&iacute; nuevamente a Buenos Aires. Me hab&iacute;a dado cuenta de que me divert&iacute;a mucho m&aacute;s ensayando una obra de teatro que preparando los planos para un policl&iacute;nico modelo a instalarse en la ciudad de Tacuaremb&oacute;. Por eso, jam&aacute;s se me ocurri&oacute; pensar que abandonaba un porvenir venturoso &mdash;el de arquitecto&mdash; para zambullirme en la vor&aacute;gine de la far&aacute;ndula. Se dice que esta vida de los artistas es muy dura, que exige sacrificios, que destroza ilusiones y destruye la pureza. En mi caso fue todo lo contrario. Tales afirmaciones me siguen sonando a frases hechas de novelita rosa editada en Barcelona. He vivido intensa y pl&aacute;cidamente; nada me pareci&oacute; nunca ni duro ni dif&iacute;cil ni angustiante. He pasado hambre y seguramente la volver&eacute; a pasar. Aun as&iacute;, mi capacidad para so&ntilde;ar, para hacerme ilusiones, para volar con mi imaginaci&oacute;n, no s&oacute;lo no ha sido mellada sino que se ha incrementado hasta l&iacute;mites que nunca pude prever. Mi gran suerte, el secreto de mi alegr&iacute;a de vivir est&aacute; en la gente que he conocido y amado. El mismo d&iacute;a de mi segundo desembarco en Buenos Aires di examen para ingresar en el Conservatorio Nacional de Artes Esc&eacute;nico. Yo no sab&iacute;a que ah&iacute; hab&iacute;an estudiado Mar&iacute;a Rosa Gallo, Inda Ledesma, Ernesto Bianco, Susana Rinaldi, Alfredo Alc&oacute;n pero algo me llev&oacute; hasta la puerta de Las Heras y Callao. Al rato estaba recitando un mon&oacute;logo de El mono velludo, de O'Neill, ante una mesa examinadora que integraban entre otros Fernando Labat, Osvaldo Bonet, Camilo da Passano, hombres todos admirables por la pasi&oacute;n con que se dedicaban a la ense&ntilde;anza del teatro.&rdquo; Record&oacute; el actor.
A fines de los a&ntilde;os 50, se mud&oacute; a Buenos Aires. En su pa&iacute;s natal ya hab&iacute;a hecho sus primeras apariciones sobre las tablas y en esos escenarios conoci&oacute; a China Zorrilla, la actriz tambi&eacute;n uruguaya que se radic&oacute; en Argentina y se gan&oacute; el coraz&oacute;n del p&uacute;blico nacional: &ldquo;Cuando en las clases de literatura lleg&aacute;bamos al Siglo de Oro Espa&ntilde;ol, nos mandaban al Teatro Sol&iacute;s. As&iacute; que ah&iacute; estaba yo un d&iacute;a, sentado solo en un palco bajo, esperando que empezara la funci&oacute;n de Don Gil de las Calzas Verdes. Fue entonces que vi a China por primera vez, entrando en el escenario vestida de hombre. Y me flashe&oacute;, mucho m&aacute;s que cuando ve&iacute;a a las estrellas de Hollywood o de Francia en los festivales de cine de Punta del Este&rdquo;.
Carlitos nunca se cas&oacute; y no cre&iacute;a en el matrimonio, pero China Zorrilla, su hermana de la vida, le propuso casamiento antes de morir y as&iacute; lo record&oacute;: "El d&iacute;a antes que la internaran me dijo: &lsquo;Ay Carlitos, &iquest;no te quer&eacute;s casar conmigo?&rsquo;, y yo le dije: &lsquo;No. Pero Chinita, c&oacute;mo me dec&iacute;s eso a m&iacute;, si vos sos muy fisiquera, y si pasa un buen mozo, ah&iacute; me quedo solo en la esquina esperando que vuelvas&acute;. Y ah&iacute; me mir&oacute; con esa mirada &uacute;nica que ten&iacute;a ella y me dijo: 'Cuando dos personas &nbsp;se han re&iacute;do tantos a&ntilde;os, como nos hemos re&iacute;do vos y yo&hellip; No hay buen mozo que valga'. Y ten&iacute;a raz&oacute;n. La verdad es que todos esos a&ntilde;os, desde que yo ten&iacute;a 15 a&ntilde;os, nos hemos re&iacute;do mucho. Yo no puedo hablar en pasado de ella. Para mi China no se fue, siempre est&aacute; ac&aacute;. La sigo sintiendo al lado m&iacute;o, para m&iacute; es como si ella estuviera en este momento ac&aacute;, sentada conmigo. Est&aacute; muy viva. Mientras yo viva estar&aacute; viva.&rdquo; Record&oacute; con emoci&oacute;n.
 En Buenos Aires comenz&oacute; a estudiar en el Conservatorio Nacional de Arte Dram&aacute;tico, donde conoci&oacute; a una persona que ser&iacute;a clave en el desarrollo de su vida profesional: Antonio Gasalla. Las improvisaciones, cuadros y sketches que realizaban en el Conservatorio fueron tan populares entre sus compa&ntilde;eros que Edda D&iacute;az y Nora Blay crearon, en 1966, la obra Help Valentino!, un espect&aacute;culo donde no faltaban el maquillaje, las canciones, la cr&iacute;tica social y la interacci&oacute;n con el p&uacute;blico. Help Valentino! le dio vida al circuito under y es considerado el show fundador del caf&eacute;-concert local. Con el querido Antonio Gasalla realizaron una dupla hist&oacute;rica para el espect&aacute;culo: &ldquo;Nos conocimos en 1960, el d&iacute;a que dimos la prueba para ingresar en el Conservatorio de Arte Dram&aacute;tico. Ese mismo d&iacute;a yo hab&iacute;a llegado del Uruguay y pensaba quedarme en Buenos Aires a toda costa. Hab&iacute;a trabajado en teatro independiente desde el 56, pero estudiaba arquitectura y ya estaba casi recibido. Y no quer&iacute;a ser arquitecto de d&iacute;a y actor de noche. Venir a Buenos Aires fue apostar fuerte por ser actor, porque a los veinte a&ntilde;os ten&eacute;s que decidirte, no pod&eacute;s esperar que te descubran, por m&aacute;s que el medio no est&eacute; preparado o que no haya laburo para uno. Lo que no te pasa a los 20, no te pasa nunca. Pens&aacute; que incluso despu&eacute;s de egresar, para nosotros era imposible conseguir trabajo en los elencos oficiales del San Mart&iacute;n o el Cervantes. O bien porque ya hab&iacute;a un elenco establecido o porque nosotros no ten&iacute;amos la altura para hacer de pueblo o de soldado, los papeles con los que empezaban casi todos los actores. Recib&iacute;amos una formaci&oacute;n muy completa. Eran ocho horas, incluidos los s&aacute;bados, de trabajo permanente. Como ten&iacute;a grado de Escuela Superior, hab&iacute;a que ir los d&iacute;as feriados, las fechas patrias, y se cantaba el Himno, como en el colegio. El director invitaba a actores generalmente egresados de la Escuela para que actuaran y luego conversaran con nosotros. Era una fiesta permanente. Pero no s&oacute;lo invitaba a los actores que hac&iacute;an teatro &lsquo;serio&rsquo;, como pod&iacute;an ser Eva Dong&eacute;, Ernesto Bianco o Inda Ledesma, sino tambi&eacute;n a los del teatro independiente.&rdquo;
Continuando con su historia, Perciavalle relat&oacute;: &ldquo;Nuestro primer p&uacute;blico fueron nuestros compa&ntilde;eros. Y se sabe que es muy jodido hacer re&iacute;r a los actores. Ni bien termin&eacute; el Conservatorio, yo me fui a Estados Unidos. Estuve dos a&ntilde;os y asist&iacute; como oyente a clases del Actor&rsquo;s Studio. All&iacute; me di cuenta de que mi formaci&oacute;n era exactamente igual y hasta un poco mejor de la que ten&iacute;an ellos. Me volv&iacute; porque era latino: ten&iacute;a mi Green card, pero era la &eacute;poca de Vietnam y a los primeros que iban a mandar a la guerra era a los extranjeros. Cuando volv&iacute;, culturalmente las cosas estaban parejas. Se hablaba de las mismas cosas. All&aacute; estaba Andy Warhol y aqu&iacute; el Di Tella. Y la formaci&oacute;n que ten&iacute;amos nos serv&iacute;a en cualquier &eacute;poca y en cualquier lugar del mundo. Por esa &eacute;poca yo viv&iacute;a en un cuarto de La Recova, Libertador 1066, frente al Ital Park, que hab&iacute;a sido atelier de Enrique Mui&ntilde;o, y empezamos a trabajar profesionalmente con Help, Valentino exactamente ah&iacute;. Pero no era s&oacute;lo trabajo. Hab&iacute;a todo un grupo de gente que armaba fiestas y reuniones. Alguien te avisaba que hab&iacute;a una fiesta en lo de Maril&uacute; Marini o que hab&iacute;a una inauguraci&oacute;n en el Di Tella, y all&aacute; part&iacute;amos. No ven&iacute;an a vernos los cr&iacute;ticos y ni siquiera sal&iacute;amos en las carteleras de los diarios. Pero igual ten&iacute;amos los locales siempre llenos.&rdquo;
Siguiendo con su relato, el artista continuo: &ldquo;Despu&eacute;s me fui a Nueva York con un pasaje que me regal&oacute; mi hermano mayor, que trabaja en una compa&ntilde;&iacute;a de aviaci&oacute;n. All&iacute; me reencontr&eacute; con China Zorrilla. En los Estados Unidos hice de todo para ganarme la vida. China era profesora de franc&eacute;s en un colegio del East-Side y yo finalmente termin&eacute; trabajando en una casa que importaba libros para distribuirlos en las universidades norteamericanas. Al principio era nada m&aacute;s que un "pinche" y hac&iacute;a la vida de cualquier joven norteamericano. Un d&iacute;a me llam&oacute; el director de la empresa. Yo pens&eacute; que estaba despedido. Mi conducta no era demasiado convencional. Ya hab&iacute;a abandonado las corbatas, el pelo corto y usaba jeans hasta para dormir. En mi oficina se cantaba, se recib&iacute;an llamadas telef&oacute;nicas a toda hora, se celebraban ruidosamente nuestros cumplea&ntilde;os. Hab&iacute;a gente de todas partes, entre los que recuerdo a Mart&iacute;n Lehbergher, un alem&aacute;n que ahora es capo de la compa&ntilde;&iacute;a. Fue justamente Martin quien trajo la primera guitarra al escritorio. La vida segu&iacute;a siendo una fiesta. Cuando me sent&eacute; frente a Mr. Hafner &mdash;el jefe&mdash;, dispuesto a recibir una severa amonestaci&oacute;n, trat&eacute; de poner cara de James Dean en &lsquo;Rebelde sin causa&rsquo; pero sin resultado. Me dijo muy serio: &lsquo;Mr. Perciavalle, la empresa abre una filial en Par&iacute;s y el directorio lo ha elegido a usted para hacerse cargo de la subgerencia&rsquo;. Casi me caigo del asiento. Le agradec&iacute; con falsa emoci&oacute;n mientras mi cabeza funcionaba a mil por hora. Me vi de pronto convertido en presidente de un enorme emporio, en el nuevo Rockefeller, en la imagen misma del self-made man. Esa imagen me gusta, pero para otro. Le dije que yo era actor, &lsquo;una estrella famosa en mi pa&iacute;s&rsquo;, ment&iacute; con descaro. Le expliqu&eacute; que estaba trabajando all&iacute; s&oacute;lo para vivir de cerca la experiencia de ser un empleado m&aacute;s, pero que estaba estudiando teatro. Le present&eacute; de inmediato mi renuncia, antes de que el ofrecimiento me tentara demasiado, y lo invit&eacute; para el estreno de &lsquo;Canciones para mirar&rsquo; que esa misma noche estren&aacute;bamos en el Sullivan Street Playno House con China Zorrilla e Ilza Prestinari.&rdquo;
Desde que sufri&oacute; un serio accidente automovil&iacute;stico el 9 de febrero de 1991, en una ruta de Punta del Este, Perciavalle inici&oacute; un camino m&iacute;stico y confes&oacute; haber tenido experiencias y avistamiento &nbsp;de ovnis. Tema del cual tambi&eacute;n hablar&aacute; en su espect&aacute;culo: &ldquo;No todos lo ven por m&aacute;s que lo tengan adelante. Hay que tener sensibilidad para poder captarlos. Vamos a empezar a ver en este a&ntilde;o que empieza m&aacute;s apariciones y quiero recordar con todo el amor del mundo a Fabio Zerpa que siempre dec&iacute;a que no estamos solos en el espacio y que eso se iba a notar m&aacute;s en 2024, as&iacute; que tenemos que estar preparados. Lo primero que yo quisiera que entiendan, no importan lo que creen o lo que no creen, es que no tienen que tener miedo. No vienen con un esp&iacute;ritu destructivo. Si hubieran querido destruirnos ya podr&iacute;an haberlo hecho hace mucho tiempo con un gesto. Son civilizaciones superiores, est&aacute;n en contacto con nosotros y nos ayudan en nuestra evoluci&oacute;n.&rdquo; Aclar&oacute; el artista.
Perciavalle es una enciclopedia viviente del mundo del espect&aacute;culo porque su propia vida estuvo y sigue siendo atravesada por infinidad de an&eacute;cdotas con otras grandes celebridades de la escena. Por ello decidi&oacute; hace a&ntilde;os escribir el libro &ldquo;Las Mujeres de mi vida&rdquo;, un homenaje a todas las mujeres que marcaron su vida y su carrera. Su madre, sus hermanas, China Zorrilla, Mar&iacute;a Elena Walsh, Susana Gim&eacute;nez son s&oacute;lo algunos de los nombres que ocupan las p&aacute;ginas del libro, cuyas an&eacute;cdotas se despliegan narradas con humor y sobretodo mucho cari&ntilde;o: &ldquo;En realidad cuando me puse a escribir mis memorias y se las entreg&oacute; a la editorial, me dijeron que era mucho material, que el libro iba a salir muy caro y no lo iban a poder comprar, que lo dividiera. As&iacute; surgi&oacute; la idea y el t&iacute;tulo &lsquo;Las Mujeres de mi Vida&rsquo; y pr&oacute;ximamente publicar&eacute; &lsquo;Los Hombres de mi Vida&rsquo; que es la segunda parte.&rdquo; Concluy&oacute; el artista que cuenta con m&aacute;s de 20.000 funciones realizadas a lo largo de su carrera, una verdadera leyenda del espect&aacute;culo.

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Intimamente con Alejandra Rubio

Todos los sábados y domingos de 22 a 23 hs.con la conducción de Alejandra Rubio.

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