El buey es un animal doméstico de gran tamaño que se utiliza principalmente para labores agrícolas como arar, trillar y mover piedras de molino. Los bueyes son fuertes (Job 39:9–12) y fáciles de entrenar (Isaías 1:3). También se utilizaban como animales de sacrificio (Números 7:3) y eran aceptables para el consumo (Deuteronomio 14:14).
En 1 Timoteo 5, el apóstol Pablo instruye a Timoteo sobre cómo tratar a los ancianos de la iglesia, en particular a aquellos que dirigen bien y trabajan en la predicación y la enseñanza. Pablo escribe: “Los líderes que dirigen bien los asuntos de la iglesia son dignos de doble honor, especialmente los que dedican sus esfuerzos a la predicación y a la enseñanza. Pues la Escritura dice: ‘No pongas bozal al buey mientras esté sacando el grano’ y ‘El trabajador tiene derecho a su salario’” (vv. 17–18).
Pablo se inspira en un principio del Antiguo Testamento que se encuentra en Deuteronomio 25:4, que instruye: “No pongas bozal al buey mientras esté sacando el grano”. Este mandato garantizaba que los bueyes, mientras trabajaban separando el grano de la paja, pudieran comer libremente y beneficiarse de su labor. Si consideramos a los bueyes como tractores modernos, si alguien toma prestada la maquinaria agrícola de su vecino, se aseguraría de que tuviera suficiente gasolina y aceite para funcionar correctamente y no maltratarla. Aquí, Pablo subraya la importancia de proveer para quienes trabajan en el ministerio. Así como el buey merece comer y beneficiarse de su trabajo, los líderes espirituales merecen ser apoyados y honrados por su dedicación y servicio.
Este pasaje resalta el valor y la dignidad del trabajo espiritual. Predicar, enseñar y pastorear el rebaño son roles esenciales que requieren dedicación, sabiduría y conocimiento espiritual. Quienes cumplen estas funciones fielmente deben ser reconocidos y apoyados. Este apoyo no solo satisface sus necesidades materiales, sino que también honra su compromiso con la obra de Dios.
Ora con nosotros
Al finalizar nuestro estudio, Te alabamos, maravilloso Creador del cielo y la tierra, y declaramos con alegría y confianza: “¡Nuestro mundo pertenece a Dios! ¡Que la tierra se alegre!”. Amén.