Pierre Morya era un tipo astuto que ejercía de abogado en un barrio de París. Un día, un antiguo cliente que siempre andaba metido en problemas, llama a la puerta de la barcaza donde vivía y le pide que se encargue de hacer el testamento a un viejo y moribundo prestamista, el Señor Marsigny, que está a punto de morir. Pero, a pesar de que el trabajo fuera tan nimio, acaba aceptando porque parecía que cobraría una buena cantidad.
Cuando llega al hogar del viejo, la casa se cae a pedazos, ¡cómo va a pagarle aquel hombre!
El viejo quiere dejarlo todo a la Capilla de la Cruz de Madera. Sus bienes consistían en aquella vieja casa con todo lo que había en ella y unos ahorros que tenía en el banco. Pierre pensó, ingenuo, que se trataría de una pequeña cifra, pero nada más lejos de la realidad… El tesorero decide pagar una cifra muy generosa al señor Morya por sus servicios, pero sólo podría cobrarlos una vez hubiera fallecido. Pasan los días y el viejo no muere y Pierre comienza a sentirse desesperado. Para su sorpresa, el viejo le llama de nuevo, pero para cambiar el testamento y reducir sus honorarios ¡cobraría mucho menos de la cifra acordada! Esta operación vuelve a suceder de nuevo, el viejo, le llama para plasmar en el testamento que el abogado deberí