Still Village es un pueblo tranquilo donde nunca ocurre nada. Cuando a Ronald Ketchum le ofrecieron el puesto como jefe de la estación de aquel remoto paraje pensó que al fin tendría todo con lo que había soñado: paz y un buen sueldo con el que poder ahorrar. Sin embargo, los pueblos vecinos no eran igual de tranquilos. Por ejemplo, hacía unos días, unos ladrones habían atracado un banco de una población cercana y se había llevado 120.000 dólares.
El comisario de Still Village, Mc Murray, llega aquella tarde hasta la estación haciendo un encargo un tanto peculiar a Ronald, que guardara durante toda la noche el ataúd que transportaba el cuerpo del viejo notario. Por la mañana, debería subirlo al tren dirección Still Village. No es muy agradable dormir en la habitación contigua a la de un cadáver, pero Ronald tiene que aceptar el encargo, el comisario no tiene muy buenas pulgas.
Pasadas las siete de la tarde, suena el teléfono en la estación. Un nuevo encargo llega desde Nashville: recoger dos ataúdes que llegarán en el próximo tres y guardarlos hasta la mañana siguiente. El señor Ketchum no puede creerlo ¿cómo es posible que el mismo día tenga en su vieja estación tres ataúdes que custodiar? Pero no todo es lo que parece y una visita inesperada&