Las pruebas lo acorralan y Joaquín Ferrándiz admite ser el asesino de Sonia Rubio, pero no de las otras cuatro mujeres. El capitán José Miguel Hidalgo y el criminólogo Vicente Garrido asumen el reto de penetrar en la mente del psicópata y conseguir que confiese todos los crímenes. Se adentran en el laberinto.