En diez años, el Darién pasó de ser una ruta extrema y poco común para llegar a Estados Unidos, a ser un territorio inhóspito y violento poblado de bebés, adolescentes, mujeres embarazadas y familias enteras. Esta selva que separa Colombia de Panamá es el corredor migratorio más transitado entre América del Sur y Centroamérica. Hace una década, lo cruzaban unas 2.400 personas por año; el año pasado, en un momento, el gobierno panameño llegó a alertar que estaban recibiendo entre 2.500 y 3.000 migrantes por día. Eliezer Budasoff viajó a un campamento donde miles de migrantes reciben ayuda humanitaria al salir de la selva. Ahí conoció a trabajadoras y voluntarias que, con menos de 30 años, responden a situaciones extremas, y a adolescentes que hacían el trayecto solos. Sus historias muestran la distancia que hay entre los discursos cada vez más radicales contra los migrantes, y la realidad que alimenta esa marcha humana imparable de sur a norte.