La noche es tranquila y el cielo deja ver miles de estrellas. El profesor Herrero y Francisco caminan por un oscuro camino en dirección a una vieja casa que asoma entre un mar de sauces llorones. Francisco quiere encontrar a la dama blanca o, mejor dicho, al espíritu de la dama blanca. Van cargados con todo el material necesario, sensores y cámaras para captar cualquier presencia que no pertenezca a este mundo.
El caserón está rodeado por un muro de piedra y el acceso al jardín se hace posible gracias a una puerta de hierro oxidada por la que se puede pasar a duras penas. Pero Francisco debe andarse con mucho cuidado, porque dentro aquellos muros, nada será lo que parece.