La mañana del 22 de diciembre nació clara y soleada, con el frescor seco de un día de invierno suave. Las plantas mostraban restos de una tenue nevada y la hierba brillaba mojada. La gente del pueblo empezó a congregarse en el huerto público alrededor de las diez. En algunos pueblos, había tanta gente, que la lotería duraba dos días, y tenía que iniciarse el día 20. Pero en aquel pueblecito en el que apenas había 300 personas, todo el asunto ocupaba, a penas, un par de horas. De modo que podía iniciarse a las 10 de la mañana y dar tiempo, todavía, a que los vecinos volvieran a sus casas a comer.
Los niños fueron los primeros en acercarse, la escuela acababa de cerrar para las vacaciones de Navidad y la sensación de libertad producía inquietud en la mayoría de los pequeños. Pronto llegaron los hombres y las mujeres poco después. La lotería era dirigida por el señor Summers, un hombre jovial, que llevaba el negocio de las semillas y la gente se compadecía de él porque no había tenido hijos y su mujer era... una gruñona. Cuando llegó a la plaza portando la caja negra de madera, se levantó un murmullo entre los vecinos...