El Real Madrid, siempre atento a estas cosas, se apresuró el primero a la hora de felicitar a Cristiano Ronaldo nada más anotar con su selección portuguesa y ante la Croacia de Luka Modric, el gol número 900 en su carrera profesional. Curiosamente con la camiseta blanca festejó la mitad de esos goles cuyo recuento arrancó con la media decena anotada con la verdiblanca del Sporting, su primer club, se incrementó notablemente con las cifras en Manchester y Turín, por encima del centenar en ambos casos y con los que sigue sumando en Arabia (67 ya) sin olvidarse de los 131 con el equipo nacional.

Unas cifras, de momento, inalcanzables. Messi, por ejemplo, tiene el contador con 60 dianas menos. Y de los que actualmente están partiendo el bacalao goleador, Haaland o Mbappé, necesitarán mantener su ritmo actual durante una década para subir semejante escalón estadístico.

Pero la reflexión no va de datos, ni de números y si de corazones. Los que no le entregamos con el fervor que si le hemos puesto a otros futbolistas de larga duración. De los de 35 para arriba. Esos que te vienen rápidamente a la memoria y a los que les hemos dicho en infinitas ocasiones que tienen toda la libertad del mundo para renovar, para quedarse, para irse o retirarse cuando les de la real gana.

Se ve que Cristiano no ostenta tal derecho. Arrastrado en Riad, bloqueando a la juventud en Portugal, su lugar, a tenor de algunos comentarios, parece ser Instagram donde acumula más seguidores que nadie en el mundo, a esta hora de la mañana más de 600 millones.

No le encuentro respuesta a la pregunta ¿por qué no queremos como se merece a Cristiano Ronaldo? Un ejemplo y una inspiración desde casi todos los puntos de vista. No ha sido perfecto en muchos momentos de su carrera, no ha podido con Messi en el total de la trayectoria compartida, pero su condición de leyenda merece más poros de piel que calculadora.

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